18 de agosto de 2009

Una piedra toscana

La vida va y tiene esos raros momentos en que uno quiere gritar fuerte a todos los vientos, para que hagan de certeros emisarios y repartan ellos uno por uno su torpe pero emocionada canción a unos muy concretos destinatarios. Va pues esta postal sólo con franqueo a esas dieciocho orejas y nueve corazones con los que acabo de compartir diez preciosos y únicos días. Seguro además de que el resto de los escasos lectores de este blog lo comprenderán.

Como ya sabe quién me conoce soy sobre todo un cómico titiritero (podría añadir que soy un cómico "de peso", por razones obvias, y que funciona a la antigua usanza, a carbón..., por lo de la chimenea que llevo incorporada en forma de desagradable nicotina) pero también hago mis pinitos como filósofo y trovador barato, y como tal también me pasan por la cabeza otras cosas menos humorísticas pero no por ello menos importantes, así que vayan por adelantado mis disculpas por la melancolía, o como diría Sabina: “perdonen la tristeza”.

Es muy probable que en los próximos años muchos de nosotros diez nos volvamos a ver, incluso que viajemos juntos y disfrutemos de amables y suaves momentos, pero también está esa otra posibilidad-que las leyes de las probabilidades son muy amplias y vaya usted a saber- de que algunos no volvamos a encontrarnos en mucho tiempo y que dentro de treinta o cuarenta años dos de nosotros, dos cualquiera, se encuentren en un parque dando de comer a las palomas, y que entonces, tras el estupor y la alegría inicial saquen de sus bolsillos una piedra pequeña, más o menos real o más o menos metafórica, eso no importa, pero que han llevado consigo todo ese tiempo, y las junten, y al hacerlo brillen ambas de forma asombrosa, como lo hacían en una peli de Indiana Jones. Y que en ese brillo y en esa luz vean pasar como en un pequeño circo de pulgas imágenes diversas de camas dobles y triples, arañas gigantes, carreteras imposibles, guapos barqueros venecianos, sabrosos cafés italianos, aguas cristalinas y aguas calientes con raros olores, partidos de voley con extrañas reglas, preciosas playas sin duchas, esculturas de efebos agrietadas, gaviotas osadas, despertadores cantarines, muñecos con alma de harina y canciones atravesando la noche toscana, como en una pequeña caja de música que se hace girar despacito.


Y revivirán todos esos momentos, que al contrario que en esa otra peli nunca, jamás, se perderán como lagrimas en la lluvia. Y charlarán con calma, pero con enorme gozo, a ratos con estruendosas carcajadas, como quien conduce despacio, muy despacio, por una carretera de noche, mirando con detalle cada luz y cada sombra que proyectan sus recuerdos en ese trozo de casi nada, que parece una piedra pero que en realidad siempre fue, y será, una perla.

Y al rato estarán llorando, y no sabrán si de melancolía o de risa, pero no les importará lo más mínimo, guardarán cada uno su piedra y se irán a casa a tomarse la pastilla de las 10 y a no pensar en mañana, y las palomas se habrán largado hace rato, pues hará mucho tiempo que ningún solitario les daba de comer…

Besos a todos y gracias por regalarme y regalarnos esta perla, tan humilde y pequeña, pero tan hermosa, que aún ahora y por siempre, sostengo en mi mano.