17 de marzo de 2009

Un mundo no-perfecto

¿Cree que este es un mundo perfecto?, quizá alguno responda que si, y de verdad que me alegro si es usted, pero sospecho que el resto responderá negativamente, la mayoría dirá que este es un mundo claramente imperfecto.

Viene esto a propósito de que estaba sumido en mis “divagaciones de un haragán”, que es como me gusta definir los pensamientos por los que deambulo desde que Jerome K. Jerome me sugirió el concepto sobre a que dedicaba muchas de mis horas tontas, y he ido a topar con la idea de “un mundo no-perfecto”. Y divagando divagando me he puesto un pelín menos haragán y he decidido tratar de desarrollar un poco, sólo un poco, la idea.

Creo yo que este mundo no-perfecto sería algo así como el lejano lugar en el tiempo hacia donde –quizá- nos dirigimos como seres humanos, o al menos al que anhelamos ir muchos de nosotros, pero que se encontraría en cualquier caso muy distante también de ese otro tan trillado “mundo perfecto”, a menudo vivido en la imaginación de tantos pero a la vez tan tenebroso y hasta peligroso, especialmente cuando la idea del mismo ha pretendido ser motor de cualquier cambio en este mundo imperfecto. Resumiendo, no sería este en que vivimos, ni sería aquel otro, traicionera quimera, sino algo intermedio.

En un mundo no-perfecto todos andaríamos desnudos, y no me refiero a la ropa, sino a nuestras emociones, no ocultaríamos lo que sentimos ni a los demás ni a nosotros mismos. En este mundo siempre recordaríamos nítidamente nuestros sueños y los interpretaríamos con relativa facilidad, y rara vez tendríamos pesadillas más que como una reminiscencia de lo que fuimos antaño, y de las cuales nos reiríamos una vez despiertos. En un mundo no-perfecto mentir sería siempre algo infantil y candoroso, el dolor sería parte del gozo y viceversa y a menudo apenas se diferenciaría el uno del otro. En este mundo no-perfecto el misterio existiría sólo como un juego con la finalidad de divertirse, y bailar no se diferenciaría de andar. En este mundo el recurso energético más valioso, pero también el más abundante serían las sonrisas. Las verbos “elegir” y “vivir” serían sinónimos, y muchas palabras como “prisa”, “competencia”, “daño” o “desamor” sólo serían objeto de estudio de los filólogos especializados en lenguas muertas.

En este mundo no-perfecto nadie se molestaría en crear, ni tampoco imaginar, mundos perfectos de ningún tipo, ni siquiera mundos no-perfectos, ni universales, ni personales, pues todos y cada uno de los habitantes sabrían con toda naturalidad que eso de los mundos perfectos eran ideas que servían a sus antecesores para hacerse sus seguras cárceles mentales, confeccionadas laboriosamente con los barrotes de sus miedos. Y sobre todo, que éstas ideas son demasiado abstractas para alguien que no es más –ni menos- que poesía en movimiento, aire, que en el aire vive, …y en el aire vuela.

12 de marzo de 2009

Papel tapiz

Me gusta hacer fotos con el móvil, no pasa un día sin que haga al menos tres o cuatro fotos a cualquier cosa que me llame la atención. Pero como fondo de pantalla del teléfono -uno de esos grandes modelo especial rompetechos- siempre he utilizado la misma foto, una muy especial para mi. Es la que hice de un cuadro que ví hace unos años y que representa unos muy bellos bocetos de unos bailarines realizados por Auguste Rodin (pueden ver parcialmente uno de ellos en una entrada más abajo, “Ryan Nobleza”) que me atrajeron mucho y a los que tengo especial cariño, quizá simbolizan algo muy importante para mi, y aunque ahora mismo ya no sabría decir exactamente qué, sólo sé que llegué a encariñarme e identificarme tanto con ellos que no entendía mi móvil –y lo uso bastante por motivos personales y de trabajo- sin ellos.

Hará un año cambié de aparato, por aquello de los megapixels, y me ocurrió algo que me resultaba de lo más irritante, cada vez que descargaba las fotos al ordenador -y lo suelo hacer al menos una vez por semana- me quitaba también esta foto que tenía configurada como fondo de pantalla. Traté de averiguar como conseguir que esto no pasara, leí por encima el manual del aparato pero no encontré el modo de cambiarlo, consulté con un amigo que me recomendó cambiar de nombre la carpeta donde se almacenaban las fotos en el móvil, pero ni por esas. Reconozco que tampoco le dediqué muchos más esfuerzos pues como he dicho me encanta hacer fotos pero en cambio no soporto “empollarme” los manuales de los diversos chismes que conviven con nosotros, admito que quizá es una manía estúpida pero así de cabezón es uno a veces, la cuestión es que el asunto me fastidiaba mucho, probablemente más de lo que la tontería merecía, con lo que mi irritación aumentaba aún más.

Finalmente la única solución que encontré fue que cada vez que descargaba las fotos volvía a hacer una foto al ordenador para restaurar a mis queridos bailarines, un engorro pero “a cabezón no me va a ganar este chisme”, debí pensar.
Así estuve unas semanas hasta que un día, sencillamente… olvidé hacerlo. Al día siguiente salí a la calle con la pantalla en blanco y pasé un buen rato haciendo fotos mientras me dirigía al trabajo, buscando una que fuera apropiada como fondo provisional hasta que por la noche repusiera a los chicos de Rodin. Y así ocurrió que un trozo azul de cielo y la parte alta de unos edificios sustituyeron a mis habituales y queridos bailarines.

Esa misma tarde llegué pronto a casa, quizá por mi prisa por acomodar mi pequeño mundo celular a su estado habitual, y además con la firme determinación de pelearme lo que hiciera falta con el manual de instrucciones, así que lo primero que hice fue descargar las fotos y dejar nuevamente la pantallita virgen, blanca y hasta radiante, y ya me disponía a hacer la foto de la foto cuando levanté la cabeza y…, se me apareció la luz, le hice una foto, como no.

Y la luz me hizo pensar, y me dijo que lo que yo vivía como una maldición –pequeña, pero no por ello menos irritante- no era más que todo lo contrario, que ahora podría cambiar todos los días mi “fondo de pantalla”, que no implicaba más que apretar un botón y cada día podría buscar un nuevo “papel tapiz” -así lo llama el nuevo aparato- acorde a lo que esté viviendo y sintiendo, o si no al menos deseando sentir, que quizá podía utilizar ese “fondo de pantalla” como metáfora de mis estados anímicos e incluso ¿por qué hacer tantas fotos si luego ni yo mismo las disfruto?.

Y desde entonces así lo hago, ninguna foto, ningún fondo dura más de unos días en mi móvil.

Pero eso si, todas esas imágenes, esos fondos, todos, los que han pasado y los que vendrán, trato de que sean espacios amplios y despejados y con su “algo” de belleza, pues en ellos es donde siempre, siempre, sin parar, se mueven alegres mis bailarines, esos que ya no necesito mirar rutinariamente con los ojos para ver danzar y bailar.

3 de marzo de 2009

Lluvia

A veces la lluvia te pone triste, y aún más viéndola caer a resguardo desde dentro tu coche, porque no tienes valor ni ganas de salir a mojarte. Y te sientes encerrado, como en una celda.

Hasta que un rato después va la vida y se pone literal e irónica, y ves una celda real. Una celda de unos 4 metros cuadrados, abandonada, sucia y oscura.


Y te metes dentro, y finges estar encerrado, y cierras la puerta, la reja.

Y te sientas, y te quedas un rato en silencio, y juegas a sugestionarte, a imaginar e inventar a todos los presos reales que han estado ahí dentro. ¿Que sentían? ¿que sentirías tú?



Y entonces añoras tu “celda” de hace un rato.
Y sales.



A empaparte.