No..., no es tu dolor lo que me conmueve, ni esa mirada que a ratos se pierde en la baldosa, no es tu grito contenido, controlado, ni tu racionalidad desbordada. No es tu pena de rabia disfrazada lo que en ti me atrapa, ni siquiera la esforzada alegría repleta de entregada empatía, ni los ojos que suplican respuestas que llenen el vacío de los días.
Es tu porte, tu gallardía, la postura que se encoge y demuestra firmeza y rebeldía ante todo lo que ansías, ...y tus manos..., y esa boca chiquitita, y los labios alargados en palabras de ternura, ¡o la mata de tu pelo! con mil formas de perderse entre tus hombros. Y esa uña que mareas entre dientes bondadosos, y esa mano que sostiene la mirada inquisitiva y se pierde insegura entre muslos apretados.
¡Si! es tu alma, ¡tu sonrisa!, los hoyuelos de mofletes cuando reconfortas al que guías. Y tu entrega desmedida a las causas más pérdidas, y esa frente bien barrida en flequillo persistente..., en hacer de la belleza la mejor demostración de que nada te contiene, ni tu misma..., con tu voz..., que me envuelve y que templa mi osadía en besarte cada día.
Y esos picos que regalas, y la forma en que me miras, cuando sabe tu mirada que soy yo el que la espío, la entretela de tus sueños..., y tu pelo recogido, la diadema de tus gafas, y la forma de tus cejas que hormiguean comedidas.
Es la historia de tu vida, la llaneza en que te asientas, la bondad que me arrebata, la maldad tan bien fingida y la vida que destilas, que me trago y me emborracha. Es la forma en que te admiro y lo fácil que es quererte, tus palabras muy medidas que acarician con ternura, que suavizan las verdades que se enquistan en derrotas, el encaje de la tela en que vistes de armonía, la más noble de tus iras.
Es... la pasión que en mi despiertas, esa música que suena, cada vez que me tanteas, cada vez que me averigüas, y que sueño que soy tuyo, que te tengo entre mis brazos, que me tienes.... vida mía.
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