Como ya sabe quién me conoce soy sobre todo un cómico titiritero (podría añadir que soy un cómico "de peso", por razones obvias, y que funciona a la antigua usanza, a carbón..., por lo de la chimenea que llevo incorporada en forma de desagradable nicotina) pero también hago mis pinitos como filósofo y trovador barato, y como tal también me pasan por la cabeza otras cosas menos humorísticas pero no por ello menos importantes, así que vayan por adelantado mis disculpas por la melancolía, o como diría Sabina: “perdonen la tristeza”.
Es muy probable que en los próximos años muchos de nosotros diez nos volvamos a ver, incluso que viajemos juntos y disfrutemos de amables y suaves momentos, pero también está esa otra posibilidad-que las leyes de las probabilidades son muy amplias y vaya usted a saber- de que algunos no volvamos a encontrarnos en mucho tiempo y que dentro de treinta o cuarenta años dos de nosotros, dos cualquiera, se encuentren en un parque dando de comer a las palomas, y que entonces, tras el estupor y la alegría inicial saquen de sus bolsillos una piedra pequeña, más o menos real o más o menos metafórica, eso no importa, pero que han llevado consigo todo ese tiempo, y las junten, y al hacerlo brillen ambas de forma asombrosa, como lo hacían en una peli de Indiana Jones. Y que en ese brillo y en esa luz vean pasar como en un pequeño circo de pulgas imágenes diversas de camas dobles y triples, arañas gigantes, carreteras imposibles, guapos barqueros venecianos, sabrosos cafés italianos, aguas cristalinas y aguas calientes con raros olores, partidos de voley con extrañas reglas, preciosas playas sin duchas, esculturas de efebos agrietadas, gaviotas osadas, despertadores cantarines, muñecos con alma de harina y canciones atravesando la noche toscana, como en una pequeña caja de música que se hace girar despacito.
Y revivirán todos esos momentos, que al contrario que en esa otra peli nunca, jamás, se perderán como lagrimas en la lluvia. Y charlarán con calma, pero con enorme gozo, a ratos con estruendosas carcajadas, como quien conduce despacio, muy despacio, por una carretera de noche, mirando con detalle cada luz y cada sombra que proyectan sus recuerdos en ese trozo de casi nada, que parece una piedra pero que en realidad siempre fue, y será, una perla.
Y al rato estarán llorando, y no sabrán si de melancolía o de risa, pero no les importará lo más mínimo, guardarán cada uno su piedra y se irán a casa a tomarse la pastilla de las 10 y a no pensar en mañana, y las palomas se habrán largado hace rato, pues hará mucho tiempo que ningún solitario les daba de comer…
Besos a todos y gracias por regalarme y regalarnos esta perla, tan humilde y pequeña, pero tan hermosa, que aún ahora y por siempre, sostengo en mi mano.