31 de octubre de 2009

Una playa sin mar

Se llama Gulpiyuri y está en Asturias, un aldeano al que preguntamos por su ubicación la describió en su muy peculiar manera mientras nos indicaba cómo llegar a ella a través de un camino sin asfaltar, y una vez que se había repuesto de la extrañeza que le provocaba nuestro interés en “ese agujero”.

Nada más llegar a ella pensé que desde luego se prestaba a ser la metáfora de muchas cosas, pero enseguida me dediqué a observarla y disfrutar de su belleza y singularidad. A cierta edad uno ha aprendido sobradamente que hay momentos en que los sentidos no deben perturbar a la mente, pero también que cada vez son más las veces en que ha de ocurrir al contrario, cuando los sentidos no deben verse limitados por reflexiones excesivamente profundas y ajenas a lo que uno está viviendo en ese momento, debe ser eso de “relajarse y disfrutar” que tanto se oye pero que no es tan fácil de practicar.

Y es por eso que ha sido un tiempo después de visitarla, cuando me he visto sorprendido en sueños por esa extraña playa, y caigo en la cuenta de cuánto me impactó y de cómo sigo aún desconcertado, y trato de hacer aquella reflexión que no hice, ”ni falta que hace”, debí pensar.

Quizá por eso cuando tras atravesar unos campos de labranza -con carro de madera y burro incluido- y tras aparecérseme ante mi aquella extraña playa, modesta por su pequeñez pero a la que no le faltaba su arena blanca, sus olas y su olor característico, lo primero que hice tras el impacto inicial -que supongo es el que aún no he superado- fue darle la espalda y seguir montaña arriba buscando lo que aquella hermosa playa afirmaba a base de negarlo a mis ojos: el mar.

Piedras cada vez más afiladas que parecían querer frenarme conducían siempre hacía arriba hasta el borde de un acantilado donde pude contemplar primero la inmensidad del agua que iba buscando, y después -asomándome peligrosamente- lo que ya intuía, un mar sin playa, bastante más común pero muy congruente supongo con lo que había tras de mi tierra adentro unos cien metros abajo.
Creo que estuve, estuvimos, más tiempo ahí arriba que en el trozo de arena de abajo, donde si recuerdo haberme hecho la pregunta de si aquella playa sería de mi agrado para bañarme y leer cobijado bajo alguna sombra, como suelo hacer en tantas otras playas, y mi respuesta fue inmediata, no, desde luego no me atraía. O mejor dicho, me atraía demasiado, lo mismo que me atraía peligrosamente ese acantilado de piedras afiladas…

Gulpiyuri -hasta el nombre es extraño y desconcertante- metáfora de tantos y tantos esquemas rotos, de duros puñetazos de realidad y de abismos de la razón es esa playa sin mar, que quizá por su inquietante belleza, o por su rotunda forma de negar lo que afirma y afirmar lo que niega aún me estremece en sueños…

Hasta que un día vuelva a enfrentarme a ella, a decirle que ya no la temo, que está ya en mi mar de miedos vencidos o aceptados que son parte de mi vida, así como yo soy ya parte de ella, un visitante más de lo extraño y desconcertante del mundo externo e interno por el que todos transitamos.

22 de septiembre de 2009

Mr. Xp



Pues vaya...

16 de septiembre de 2009

Un hombre y una mujer

Un hombre y una mujer deambulan una tarde de un caluroso junio por un centro comercial, o quizá sea un planetario o un museo de la ciencia, de esos que están tan de moda. Ella va delante, arrastrando los pies y mirando a todos lados como si realmente le interesara lo que ve, él zigzaguea detrás sin criterio, haciendo fotos y videos a todo lo que ve, sin disimular mucho que parece más niño que un niño mismo con su cámara nueva. Ninguno de los dos sabe aquella tarde, al menos no conscientemente, que un mes más tarde su antaño hermosa relación terminará para siempre de una forma abrupta y dolorosa.

Si lo sabe el hombre que años más tarde, buscando la foto de un perro tan muerto e incinerado como esa historia de amor, descubre un vídeo y unas fotos de aquella tarde en que jugaba con la cámara. Unas imágenes que ya había visto pero que no había mirado bien.

Y es ahora cuando ve a través de las fotos cómo en un momento dado ella se adelanta a él y se queda un rato ensimismada mirando fuera por un gran ventanal mientras él toma fotos de todo lo que le rodea, incluida ella. Y es ahora cuando el hombre observa detenidamente un vídeo en el que tras su ensimismamiento la mujer baja unas escaleras mecánicas, y tras ella él unos peldaños más atrás, grabando la espalda inmóvil de ella, tras la que se adivinan los brazos cruzados y la cabeza baja. Y es ahora, y quizá no entonces, cuando el hombre percibe un movimiento del brazo izquierdo hacia sus mejillas, bajo sus ojos, un movimiento que sólo sirve para recoger lágrimas. Y tras este, otro movimiento en que ella gira levemente la cabeza adivinando la presencia del hombre detrás y recomponiendo la figura.

Aquel hombre que graba, no el que ahora observa las imágenes, pues son hombres distintos aunque parezcan el mismo, aparta entonces bruscamente la cámara, como si hubiera violado un momento íntimo, y enfoca absurdamente durante demasiados segundos el enorme cartel de un científico con la barba blanca y la nariz puntiaguda, hasta que detiene la grabación.

El hombre contempla de nuevo las imágenes y el vídeo durante un rato y un recuerdo fresco, de esos que uno cree olvidado, como cuando un olor preciso te trae un momento concreto de la niñez, aflora a su mente y sobre todo a su corazón, y una vieja tristeza le arrastra hasta otra igualmente vieja duda; “¿y si la hubiera abrazado fuerte?, ¿y si en ese preciso momento la hubiera hecho sentir cuánto la quería?”, se dice a si mismo, quizá las dudas de ambos, todos esos desencuentros, y especialmente todo aquello que se ocultaban el uno al otro por miedo a no ser comprendidos hubiera salido a la luz de esa tarde de junio y…

Luego el hombre continúa reflexionando y cae en la cuenta de que torturarse con preguntas así no tiene ningún sentido, aunque un aparentemente prosaico vídeo haya resultado ser tan premonitorio e incluso explícitamente descriptivo de la triste situación en que ya vivían. Hubiera pasado lo mismo, el final habría llegado igualmente. Así se consuela hasta que de nuevo un nudo le atenaza por dentro, “y que importa que hubiera ocurrido lo mismo, por supuesto que eso era lo más probable, lo que ahora me entristece es que me duele tomar conciencia de que ella estaba sufriendo en ese momento, haber sido testigo, haberlo grabado incluso, y no haber hecho nada por quien más quería en el mundo para mitigar su dolor, eso es lo más duro, ¿es que acaso no me importaba?, ¿tan ciego y necio estaba yo enrocado en mis motivos y miedos?”.

El hombre, que ahora flota en un aire de melancolía, deja de buscar la foto del perro y continúa mirando rutinariamente las imágenes de aquel día, quizá buscando algo que no espera encontrar, algo que también está ahí, esperándole.

Es otro breve vídeo posterior al anterior, esta vez fuera del recinto, junto a un lago artificial lleno hasta los topes de agua y de transparente nada. De nuevo él graba los alrededores girando alrededor de ella, que, sentada en un banco le mira un momento aburrida con los ojos llenos de tristeza. Él sigue grabando hasta situarse detrás, y tras pasear el objetivo de abajo a arriba por la espalda de ella gira bruscamente la cámara hacia su propio rostro y sonriendo lanza secretamente un beso al aire mientras la mira, para después musitar en un susurro, de forma que sólo la cámara lo recoja, un expresivo “te quiero”, luego vuelve a enfocarla y termina la grabación.

El sorprendido hombre que ahora ve el vídeo se sonroja de lo infantil del gesto de aquel otro hombre, que ahora si, es el mismo que hoy se enternece de aquel gesto, “claro que la quería, y estaba ciegamente confiado en que todo se arreglaría, supongo que por eso grabé ese otro vídeo, para mostrarselo después, pero en ese momento ya había entre nosotros un muro que ni el mejor alpinista lograría escalar”. Eso piensa el hombre, la quería, y está seguro que también ella le quería a él, pero por lo visto a veces eso no es suficiente, a veces.


El hombre retoma la búsqueda de la foto de la mascota, al fin y al cabo hay cosas que sólo están muertas del todo si uno quiere que lo estén, y resucitarlas por un rato, a veces queriendo, a veces sin querer, no tiene por qué ser tan malo.

18 de agosto de 2009

Una piedra toscana

La vida va y tiene esos raros momentos en que uno quiere gritar fuerte a todos los vientos, para que hagan de certeros emisarios y repartan ellos uno por uno su torpe pero emocionada canción a unos muy concretos destinatarios. Va pues esta postal sólo con franqueo a esas dieciocho orejas y nueve corazones con los que acabo de compartir diez preciosos y únicos días. Seguro además de que el resto de los escasos lectores de este blog lo comprenderán.

Como ya sabe quién me conoce soy sobre todo un cómico titiritero (podría añadir que soy un cómico "de peso", por razones obvias, y que funciona a la antigua usanza, a carbón..., por lo de la chimenea que llevo incorporada en forma de desagradable nicotina) pero también hago mis pinitos como filósofo y trovador barato, y como tal también me pasan por la cabeza otras cosas menos humorísticas pero no por ello menos importantes, así que vayan por adelantado mis disculpas por la melancolía, o como diría Sabina: “perdonen la tristeza”.

Es muy probable que en los próximos años muchos de nosotros diez nos volvamos a ver, incluso que viajemos juntos y disfrutemos de amables y suaves momentos, pero también está esa otra posibilidad-que las leyes de las probabilidades son muy amplias y vaya usted a saber- de que algunos no volvamos a encontrarnos en mucho tiempo y que dentro de treinta o cuarenta años dos de nosotros, dos cualquiera, se encuentren en un parque dando de comer a las palomas, y que entonces, tras el estupor y la alegría inicial saquen de sus bolsillos una piedra pequeña, más o menos real o más o menos metafórica, eso no importa, pero que han llevado consigo todo ese tiempo, y las junten, y al hacerlo brillen ambas de forma asombrosa, como lo hacían en una peli de Indiana Jones. Y que en ese brillo y en esa luz vean pasar como en un pequeño circo de pulgas imágenes diversas de camas dobles y triples, arañas gigantes, carreteras imposibles, guapos barqueros venecianos, sabrosos cafés italianos, aguas cristalinas y aguas calientes con raros olores, partidos de voley con extrañas reglas, preciosas playas sin duchas, esculturas de efebos agrietadas, gaviotas osadas, despertadores cantarines, muñecos con alma de harina y canciones atravesando la noche toscana, como en una pequeña caja de música que se hace girar despacito.


Y revivirán todos esos momentos, que al contrario que en esa otra peli nunca, jamás, se perderán como lagrimas en la lluvia. Y charlarán con calma, pero con enorme gozo, a ratos con estruendosas carcajadas, como quien conduce despacio, muy despacio, por una carretera de noche, mirando con detalle cada luz y cada sombra que proyectan sus recuerdos en ese trozo de casi nada, que parece una piedra pero que en realidad siempre fue, y será, una perla.

Y al rato estarán llorando, y no sabrán si de melancolía o de risa, pero no les importará lo más mínimo, guardarán cada uno su piedra y se irán a casa a tomarse la pastilla de las 10 y a no pensar en mañana, y las palomas se habrán largado hace rato, pues hará mucho tiempo que ningún solitario les daba de comer…

Besos a todos y gracias por regalarme y regalarnos esta perla, tan humilde y pequeña, pero tan hermosa, que aún ahora y por siempre, sostengo en mi mano.

16 de julio de 2009

Postales

Estoy inquieto, necesito sosiego, salgo de la polis…

La polis está cerca del mar…


Pero el mar no me tranquiliza, su continuo movimiento me desasosiega, busco aguas más calmadas.

Y las encuentro cerca...


¡Mágnifico…, que belleza!, ahora si…, mi espíritu descansa al fin.

He llegado a mi destino.



...


¿Pero… qué...?! ¿ …quién… ?


¡ CARONTE !


¿Es este el fin de mi viaje?, ¿era este el descanso tan deseado?

Me estremezco…

...


Estoy confuso…

...

Un momento…

...quizá el sol me ha cegado...


Quizá he cerrado los ojos...

...mientras leía…

El miedo se aplaca.

No..., no es Caronte, es un barquero de esta hermosa albufera.

Y yo sólo soñaba.


Ahora sueño de nuevo, está vez despierto, sin que los miedos me traicionen.

Bien despierto…

Sueño con el lugar que busco en el mundo.

En mi mundo.

Y aunque aún no estoy ahí puedo verlo ya...


Parece una postal…


Una postal que envío dos veces…

...a dos almas.

Una a la mía

Y la otra…

2 de junio de 2009

"No estoy hecho para ser amado"

Así se llama una película francesa que he visto en la tele y que de forma premeditada no quise ver en el cine en su día, a pesar de que el título me picaba la curiosidad, precisamente porque a la vez me repelía, vaya usted a saber por qué.

Ahora me doy cuenta de que cuando la estrenaron debí haber hecho lo que uno de sus personajes secundarios dice en una secuencia que resume la película y de paso da respuesta al título, y que me hubiera ahorrado unos fastidiosos cortes publicitarios:

“A veces hay que dejarse de gilipolleces”

En la película ese personaje no se refiere a anuncios precisamente…

14 de mayo de 2009

6 de mayo de 2009

Necrológica de un vivo

Siempre que muere de pura “ancianidad” un personaje importante –importante para mi quiero decir- y que además era de mucha notoriedad pública me entristezco, pero mi tristeza se dobla al leer en la prensa las necrológicas, y pensar mientras las leo que probablemente éstas ya estaban elaboradas desde mucho antes y que apenas las han retocado para su publicación, pues parecen entonces un conjunto de datos fríos que subrayan la muerte, en lugar de resaltar una vida. Pues bien, me dispongo ahora a hacer lo que tanto aborrezco a propósito de un actor aún vivo, copiando de paso una frase, como buen cinéfilo que soy, a otra gran maestra del celuloide. Y para este mi personal homenaje escribiré por primera vez sobre algo que considero muy importante en la vida y que además define, en mi opinión, a la perfección a este señor.

En la vida existen, creo yo, dos tipos de personas, las que evolucionan y las que no lo hacen, o mejor dicho, las que crecen emocionalmente y las que se enquistan en una pose, y que cuando cambian –y cambian, eso seguro- entienden este cambio como un error, especialmente de cara a los demás, como si los otros fueran a dejar de quererles o algo así, de manera que se aferran a formas de ver el mundo que les condicionan en exceso sin permitirse muy a menudo el sano hábito de escudriñar dentro de si mismos con una mirada limpia, honesta, y sobre todo, libre de miedos y auto-reproches, como por el contrario si que suelen hacer los primeros. Y se que esto que acabo de decir es una gran simplificación, pero tampoco es mi intención hacer una tesis al respecto, ni mucho menos una entrada excesivamente larga y fatigosa.

Y ya que he comenzado traicionando mis propios gustos decidiendo hacer la necrológica de un vivo -“que mal gusto” podría decir yo mismo- permítame que siga simplificando el asunto (que mal gusto de nuevo) de cara a hacerme entender más fácilmente en lo que sigue. Llamaré al primer tipo de personas “tipo Q” y a las segundas “tipo R”, y escojo estas letras aleatoriamente, por variar un poco lo de A y B, que siempre me ha parecido esconder una intención premeditada de establecer un grupo superior y otro inferior, cosa que supongo ya implícita, con lo que enfatizaría aún más la simplificación y la etiqueta. Y que quieren que les diga, a tanto no llego, mis auto-traiciones tienen un límite.

La cuestión es que existe un tipo de persona perteneciente al tipo Q (recordatorio: las que si evolucionan) que hace de esto que va ni más ni menos que de vivir, y que nos toca a todos, un verdadero arte. Se podría decir que son unos artistas de la evolución personal (y podría hablar quizá aquí de “desarrollo personal” pero suena a libro de autoayuda y a psicología barata y almibarada, y si se sigue por ahí se puede acabar desvariando con tonterías tipo “gestión del cambio” y cosas así…), gente en fin que consigue evolucionar con una elegancia realmente admirable, hasta el extremo de que para los que presumimos de observadores –listillos que somos- es fácil creer haber detectado en un principio aparentes contradicciones, y recalco lo de “aparentes”, pues es ahí precisamente donde reside la hermosa paradoja de estas personas, y es que son capaces de evolucionar –y cambiar- siendo increíblemente fieles a sí mismos, de forma que no dejan de sorprendernos, a nosotros y a sí mismos, pero manteniendo a la vez una gran coherencia con su “historia personal”.

De ambos tipos, Q y R, conozco unos cuántos personalmente y a otros cuántos por sus libros, sus escritos, o como en este caso del tipo Q, por sus películas, ya sea como actor, director, o ambos a la vez, aunque el hecho de no conocerlos personalmente ni tener detalles de su vida privada no impide que pueda, que no podamos todos, formarnos una opinión al respecto, especialmente cuando hablamos de carreras profesionales, o más exactamente de carreras “artísticas” de largo recorrido en el tiempo, digamos quince o veinte años. Y es que ya va uno haciéndose mayor.

Y para explicarme mejor y no explayarme demasiado pondré un par de ejemplos de ambos tipos, pero eso si, hablando siempre de personas, Q o R, a las que admiro mucho y que algún día ya lejano, y por el motivo que fuera, decidí que eran referentes para mi y que por lo tanto seguiría asiduamente sus obras, me gustaran más o me gustaran menos.

Tengo que admitir, muy a mi pesar, que en el tipo R de los, digamos, “estancados” estaría Woody Allen, que en los últimos años sólo me ha sorprendido con su tenista asesino, brillante y elegante reflexión filosófica y ética, pero que por lo demás no hace más que caricaturizar sus obras anteriores una y otra vez. Así como por ejemplo Juan José Millás, que de tan original que insiste en ser ya casi nunca sorprende y se le ve venir a kilómetros, como si usara las mismas tres o cuatro ecuaciones cambiando solamente los términos. Esto no elimina, insisto, que en ambos casos admiro mucho su personal estilo, cineasta el uno, escritor el otro, que aún así dejan un nivel muy alto en todo lo que hacen, especialmente si los comparamos con la inmensa mayoría, entre la que me incluyo, que qué más quisiera uno que estar a la altura, como autor de lo que sea, de estos artistas. Que yo a lo más que llego es a listillo…, o a observador crítico, por decirlo suavemente. Y no me vayan a buscar la retranca por que no la hay.

En el primer tipo Q en cambio…, además del actor y director del que realmente estoy hablando, o intentando hacerlo al menos, estaría Rosa Montero, gran periodista y escritora, que ayer en su artículo semanal sin ir más lejos me volvía a sorprender gratamente, y por lo tanto a confirmar lo que digo, cambiando nuevamente de registro, pero a la vez inmensa y certera como siempre. También en este tipo estaría, al menos hasta hoy en su aún corta pero brillante carrera Alejandro Amenabar, director de cine y compositor que sabe lo que quiere hacer y lo hace, pero no por ello deja de estar abierto a aprender sin parar y sorprendernos a todos, al menos a mi.

Y podría dar muchos más ejemplos de ambos casos, e incluso tratar de explicarme mejor pero...

...Pero como veo que me está saliendo una necrológica un tanto rara y extensa, pues aún no he dicho directamente de quien estoy hablando y además veo que no es ya que “me esté yendo por”, es que “me estoy quedando” en las ramas, hago aquí un giro, respetado lector y le sorprendo a usted y a mi mismo tratando de emular torpemente, supongo, a mis doblemente admirados tipo Q. Permitame que ignore su presencia ahí por un momento, disculpe pues, y comprenda si puede, mis palabras anteriores por farragosas y las que siguen por maleducadas pero he de decirle sinceramente que a partir de aquí me importa menos si sigue leyendo usted esto, pues lo que diré a continuación son unas palabras lanzadas al viento con un único destinatario, que es precisamente quién seguro no va a leerlas. Yo me entiendo. Y reitero las disculpas pero a lo dicho me remito.


Clint Eastwood que estás en los cielos…

Oye Clint, antes de que te vayas de verdad, y no de mentira como tantas veces has hecho en la pantalla, y espero que sea en veinticinco años mejor que en diez, querría decirte que me ha estremecido un poco cuando te he visto haciéndote el muerto en un ataúd en tu última obra maestra, pues me ha hecho darme cuenta de que…, joder tío…, estás un poco viejo ya, eso si, en plena forma, mejor que nunca, no lo voy a negar, pero con eso de que todos tenemos fecha de caducidad igual va un día y nos haces la putada (si si, putada y putadón, con acento en la ón) de dejarnos y por tanto que se muera un trocito de algo dentro de mi –en realidad soy un egoísta supongo- y bueno…, a lo que me refiero es que antes de que eso ocurra quiero decirte lo que ya sabes, que gracias Clint, que tú siempre serás el duro y el que mejor hace de duro, pues mostrar todos los matices de lo que hay dentro de un duro –incluyendo todos los blandos- sin dejar de ser duro ni un segundo es un arte exclusivo tuyo. En fin tío, que eres un monstruo, pero de los grandes, por mi no tendrías que morirte nunca, así que ya sabes Clint, no es ya que evoluciones tan bien y todo ese rollo, es que, y no me lo entiendas mal..., para mi, Clint, ya estás en los cielos, hoy y siempre.

23 de abril de 2009

Mr. Bang

El señor Bang ha cambiado mucho, y ahora -y ayer, y mañana- tanto tiempo después, ha olvidado sus orígenes, su memoria esta hecha de retazos, todos ellos residentes –que se sepa- en un punto ínfimo de si mismo, desde donde se cuestiona su propia identidad…

- ¿Soy o no soy? - se pregunta el señor Bang.

- No sé – se responde a si mismo Big.

21 de abril de 2009

7 de abril de 2009

Videojuego

Se llamaba HdlR y era un programa muy complejo, en realidad era una fusión de cientos de miles, quizá millones, de otros programas y su característica principal era que enlazaba unos con otros con asombrosa perfección. No era exactamente un videojuego, aunque de ‘juego’ tenía mucho, casi todo, y también bastante de ‘video’, especialmente si vamos al origen latino de la palabra -video, videre, videvim, videtum- ver.

Podías saltar de un juego –un programa- de guerra a otro de estrategia, y de este a uno de convivencia sin darte cuenta de haberlo hecho y cuando tras muchos saltos de uno al otro y de este al primero por fin comenzabas a tomar conciencia de estas transiciones de nuevo volvía la confusión, pues entonces te encontrabas jugando a un nuevo juego en el que se combinaban a la perfección los tres anteriores, con lo que la complejidad del mismo de nuevo te hacía olvidar los saltos, pues la concentración requerida para desarrollar destrezas en moverte en ese nuevo juego era tal que no podías ser a la vez consciente de estar jugando, sencillamente jugabas. Y de nuevo empezaba el ciclo, una vez adquiridas las habilidades necesarias en el siguiente nivel de complejidad comenzabas por fin a tomar conciencia de estar jugando, e ibas directo a perder esa conciencia en el nivel siguiente en el que te encontrabas, sin darte cuenta, y así una y otra vez.

Hasta que por fin desarrollabas la habilidad necesaria para ser un gran jugador, un jugador experto, una especie de Neo en Matrix, la capacidad de pasar de un juego a otro –aunque no era tu voluntad consciente la que hacía que esto ocurriera- sin perder nunca la conciencia de estar haciéndolo, y sobre todo, sabiendo todo el tiempo que estabas jugando.

Y es ahí donde aparecía el fin último del juego, pues entonces llegaba el hastío y el agotamiento y lo único que deseabas con todo tu ser era dejar de jugar. Era ahí cuando debías decidir perder el miedo, todos los miedos, y elegir dejar de jugar el programa de programas, el juego de juegos, el de todos los mundos imaginados por otros y saltar al vacío, al nivel cero de realidad, la tuya. Y para conseguirlo no era suficiente ser buen jugador, ni siquiera ‘realmente’ bueno , lo importante era ser valiente y decidido, consistía más bien en lo contrario, en olvidar todas las habilidades adquiridas y dejarse llevar, sin miedo, como un intérprete de jazz en un momento maestro.

Y entonces..., me he despertado, y me he sentado en la cama mirando al suelo un rato…, que pesadilla, ¿HdlR?, ¿Huir de la Realidad?, ¿estaba soñando?, si, estaba soñando. He hecho café y me he puesto a escribir, no para revivir la pesadilla, más bien para lo contrario, creo.

17 de marzo de 2009

Un mundo no-perfecto

¿Cree que este es un mundo perfecto?, quizá alguno responda que si, y de verdad que me alegro si es usted, pero sospecho que el resto responderá negativamente, la mayoría dirá que este es un mundo claramente imperfecto.

Viene esto a propósito de que estaba sumido en mis “divagaciones de un haragán”, que es como me gusta definir los pensamientos por los que deambulo desde que Jerome K. Jerome me sugirió el concepto sobre a que dedicaba muchas de mis horas tontas, y he ido a topar con la idea de “un mundo no-perfecto”. Y divagando divagando me he puesto un pelín menos haragán y he decidido tratar de desarrollar un poco, sólo un poco, la idea.

Creo yo que este mundo no-perfecto sería algo así como el lejano lugar en el tiempo hacia donde –quizá- nos dirigimos como seres humanos, o al menos al que anhelamos ir muchos de nosotros, pero que se encontraría en cualquier caso muy distante también de ese otro tan trillado “mundo perfecto”, a menudo vivido en la imaginación de tantos pero a la vez tan tenebroso y hasta peligroso, especialmente cuando la idea del mismo ha pretendido ser motor de cualquier cambio en este mundo imperfecto. Resumiendo, no sería este en que vivimos, ni sería aquel otro, traicionera quimera, sino algo intermedio.

En un mundo no-perfecto todos andaríamos desnudos, y no me refiero a la ropa, sino a nuestras emociones, no ocultaríamos lo que sentimos ni a los demás ni a nosotros mismos. En este mundo siempre recordaríamos nítidamente nuestros sueños y los interpretaríamos con relativa facilidad, y rara vez tendríamos pesadillas más que como una reminiscencia de lo que fuimos antaño, y de las cuales nos reiríamos una vez despiertos. En un mundo no-perfecto mentir sería siempre algo infantil y candoroso, el dolor sería parte del gozo y viceversa y a menudo apenas se diferenciaría el uno del otro. En este mundo no-perfecto el misterio existiría sólo como un juego con la finalidad de divertirse, y bailar no se diferenciaría de andar. En este mundo el recurso energético más valioso, pero también el más abundante serían las sonrisas. Las verbos “elegir” y “vivir” serían sinónimos, y muchas palabras como “prisa”, “competencia”, “daño” o “desamor” sólo serían objeto de estudio de los filólogos especializados en lenguas muertas.

En este mundo no-perfecto nadie se molestaría en crear, ni tampoco imaginar, mundos perfectos de ningún tipo, ni siquiera mundos no-perfectos, ni universales, ni personales, pues todos y cada uno de los habitantes sabrían con toda naturalidad que eso de los mundos perfectos eran ideas que servían a sus antecesores para hacerse sus seguras cárceles mentales, confeccionadas laboriosamente con los barrotes de sus miedos. Y sobre todo, que éstas ideas son demasiado abstractas para alguien que no es más –ni menos- que poesía en movimiento, aire, que en el aire vive, …y en el aire vuela.

12 de marzo de 2009

Papel tapiz

Me gusta hacer fotos con el móvil, no pasa un día sin que haga al menos tres o cuatro fotos a cualquier cosa que me llame la atención. Pero como fondo de pantalla del teléfono -uno de esos grandes modelo especial rompetechos- siempre he utilizado la misma foto, una muy especial para mi. Es la que hice de un cuadro que ví hace unos años y que representa unos muy bellos bocetos de unos bailarines realizados por Auguste Rodin (pueden ver parcialmente uno de ellos en una entrada más abajo, “Ryan Nobleza”) que me atrajeron mucho y a los que tengo especial cariño, quizá simbolizan algo muy importante para mi, y aunque ahora mismo ya no sabría decir exactamente qué, sólo sé que llegué a encariñarme e identificarme tanto con ellos que no entendía mi móvil –y lo uso bastante por motivos personales y de trabajo- sin ellos.

Hará un año cambié de aparato, por aquello de los megapixels, y me ocurrió algo que me resultaba de lo más irritante, cada vez que descargaba las fotos al ordenador -y lo suelo hacer al menos una vez por semana- me quitaba también esta foto que tenía configurada como fondo de pantalla. Traté de averiguar como conseguir que esto no pasara, leí por encima el manual del aparato pero no encontré el modo de cambiarlo, consulté con un amigo que me recomendó cambiar de nombre la carpeta donde se almacenaban las fotos en el móvil, pero ni por esas. Reconozco que tampoco le dediqué muchos más esfuerzos pues como he dicho me encanta hacer fotos pero en cambio no soporto “empollarme” los manuales de los diversos chismes que conviven con nosotros, admito que quizá es una manía estúpida pero así de cabezón es uno a veces, la cuestión es que el asunto me fastidiaba mucho, probablemente más de lo que la tontería merecía, con lo que mi irritación aumentaba aún más.

Finalmente la única solución que encontré fue que cada vez que descargaba las fotos volvía a hacer una foto al ordenador para restaurar a mis queridos bailarines, un engorro pero “a cabezón no me va a ganar este chisme”, debí pensar.
Así estuve unas semanas hasta que un día, sencillamente… olvidé hacerlo. Al día siguiente salí a la calle con la pantalla en blanco y pasé un buen rato haciendo fotos mientras me dirigía al trabajo, buscando una que fuera apropiada como fondo provisional hasta que por la noche repusiera a los chicos de Rodin. Y así ocurrió que un trozo azul de cielo y la parte alta de unos edificios sustituyeron a mis habituales y queridos bailarines.

Esa misma tarde llegué pronto a casa, quizá por mi prisa por acomodar mi pequeño mundo celular a su estado habitual, y además con la firme determinación de pelearme lo que hiciera falta con el manual de instrucciones, así que lo primero que hice fue descargar las fotos y dejar nuevamente la pantallita virgen, blanca y hasta radiante, y ya me disponía a hacer la foto de la foto cuando levanté la cabeza y…, se me apareció la luz, le hice una foto, como no.

Y la luz me hizo pensar, y me dijo que lo que yo vivía como una maldición –pequeña, pero no por ello menos irritante- no era más que todo lo contrario, que ahora podría cambiar todos los días mi “fondo de pantalla”, que no implicaba más que apretar un botón y cada día podría buscar un nuevo “papel tapiz” -así lo llama el nuevo aparato- acorde a lo que esté viviendo y sintiendo, o si no al menos deseando sentir, que quizá podía utilizar ese “fondo de pantalla” como metáfora de mis estados anímicos e incluso ¿por qué hacer tantas fotos si luego ni yo mismo las disfruto?.

Y desde entonces así lo hago, ninguna foto, ningún fondo dura más de unos días en mi móvil.

Pero eso si, todas esas imágenes, esos fondos, todos, los que han pasado y los que vendrán, trato de que sean espacios amplios y despejados y con su “algo” de belleza, pues en ellos es donde siempre, siempre, sin parar, se mueven alegres mis bailarines, esos que ya no necesito mirar rutinariamente con los ojos para ver danzar y bailar.

3 de marzo de 2009

Lluvia

A veces la lluvia te pone triste, y aún más viéndola caer a resguardo desde dentro tu coche, porque no tienes valor ni ganas de salir a mojarte. Y te sientes encerrado, como en una celda.

Hasta que un rato después va la vida y se pone literal e irónica, y ves una celda real. Una celda de unos 4 metros cuadrados, abandonada, sucia y oscura.


Y te metes dentro, y finges estar encerrado, y cierras la puerta, la reja.

Y te sientas, y te quedas un rato en silencio, y juegas a sugestionarte, a imaginar e inventar a todos los presos reales que han estado ahí dentro. ¿Que sentían? ¿que sentirías tú?



Y entonces añoras tu “celda” de hace un rato.
Y sales.



A empaparte.

28 de febrero de 2009

24 de febrero de 2009

Ryan Nobleza

Escogió ese nombre para su fantasía porque le sonaba bien, tenía ocho años y en su mente infantil era perfectamente Hollywoodiense y español a partes iguales, además de reflejar las virtudes que más admiraba. Fue aquel verano en que pasaba las tardes viendo películas en vhs con su tía. Siempre el mismo tipo de cine que ella adoraba, viejos films musicales de canciones y baile de los años cuarenta y cincuenta, no recordaba ningún título en especial pero si los actores y actrices que ella nombraba a todas horas; Fred Astaire, Judy Garland, Gene Kelly, Ginger Rogers. Él miraba alternativamente las películas y los ojos brillantes de su tía y se iba contagiando poco a poco de toda esa atmósfera de baile, de pasión y de alegría de vivir.

En otoño de ese mismo año fue cuando más vivió su fantasía, se imaginaba yendo por la calle camino del colegio cuando de pronto todos los viandantes, incluido él, bailaban al unísono una hermosa coreografía, una de esas largas en que un bailarín novato llega a la ciudad a cumplir sus sueños y va pasando por todas las etapas hasta que triunfa y encuentra el amor de su vida. Todos bailando en una vibrante comunión de emociones, diez personas, cuarenta personas, cien personas, todas en armonía, todas sintiendo lo mismo en la misma película.

Incluso se dedicó a bailar entre clase y clase, intentando tímidos pasos de claque y vueltas sobre si mismo con los brazos extendidos, mientras sus compañeros le miraban, extrañados unos, burlones otros. Ellos no sabían que él esperaba secretamente que todos arrancaran a bailar, que escucharan la misma música que oía en su cabeza. Durante unos meses fue Ryan Nobleza sin importarle lo que nadie pensara, giraba agarrado a las farolas, subía y bajaba peldaños de escaleras rítmicamente. Ryan Nobleza, el bailarín que bailaba entre bailarines, el que bailaba y hacía bailar.

Hasta que poco a poco la vida normal de un chico normal se impuso y se dedicó más a jugar al fútbol y a todas las actividades de un chico de su edad. Para final de curso Ryan Nobleza había desaparecido y sólo lo recordaba muy esporádicamente. Pasaron los años y creció viviendo y saboreando cada momento pero olvidándose de su baile entre bailarines. Se dedicó a estudiar y después casi sin darse cuenta fue aprendiendo un oficio con el que disfrutaba mucho, aunque no tenía mucho que ver con el baile ni con aquellas películas de su tía. Ryan Nobleza quedó en el fondo de su memoria, olvidado.

Fue un día de mayo de 2.005 cuando cayó de pronto desplomado al suelo como si le hubieran abandonado las fuerzas, completamente bañado en sudor. Una hora y media después lloraba sentado en un banco de madera. Ryan Nobleza recordó a Ryan Nobleza con toda claridad, ahora comprendía todo, “todos bailando la misma coreografía, todos sintiendo las mismas emociones, todos en armonía, todos vibrando, diez personas, cuarenta personas, cientos de miles de personas…”

Y allí sentado pensó que ya no le importaba como se llamaba, ni siquiera importaba tanto lo que acababa de ocurrir, pues ya era pasado, lo que quería era repetirlo todas las veces que fuera posible, sentirlo de nuevo, sentir que estaba vivo y que él no era más que un bailarín más entre miles de bailarines, que él fuera o no el primer bailarín era lo de menos, que estuviera en París y acabara de ganar la final masculina de Roland Garros también. Lo importante era que Ryan Nobleza había vuelto, y para quedarse.

14 de febrero de 2009

Un café, sólo un café

Joaquín Heras está de mal humor, son las diez de la mañana de un jueves y sale de la oficina donde su jefe acaba de dejarle a la mitad su zona de ventas, “es la crisis, tenemos que repartirnos”, “si, repartir con tu sobrino, no te jode, un niñato que lleva en esto seis meses y ya se cree que sabe más que nadie”, piensa Joaquín.
Joaquín es representante de cosméticos y trabaja en la empresa hace dieciséis años y medio, desde hace unos meses las ventas han bajado mucho, y sus comisiones también.

Y ahora esto.

Joaquín deambula por la acera ensimismado hasta que decide que necesita un café, un café y un pincho de tortilla con cebolla, “a nadie le sale como a Merche pero bueno”.
Se acerca al bar de Ruben y tras girar la esquina casi choca con el cierre. Joaquín está desconcertado, “pero… pero… ¡que hace esto cerrado!”. Hacía mucho que no iba al bar de Rubén, últimamente salía siempre disparado a su zona, a ver que arañaba.

Joaquín apoya la espalda en el cierre -y se colorea la chaqueta de verde chillón con los restos de pintura que un grafitero novato dejó hace media hora, pero eso él aún no lo sabe- mira al suelo, y va dejándose caer hasta quedar en cuclillas.

Y ayer bronca con Merche otra vez porque se enteró de lo de la tarjeta, hace mas dos meses que ni se tocan, y eso que Joaquín lo ha intentado todo, pero desde que su cuñado Fernando cerró la cristalería Merche no es la misma, no habla de otra cosa y a todo le saca punta, especialmente desde que Joaquín se negó a rehipotecar la casa para pagar las deudas de Fernando. Y eso que al principio ella estaba de acuerdo “es verdad, mi hermano sabía dónde se metía cuando se gastó todo lo del paro en las furgonetas”. “El tio tenía que comprar dos de golpe, y de las caras, y coger a tres tíos a la vez, pero si casi no tenía clientes aún”, pensaba Joaquín. Y eso que para compensar le dieron todos sus ahorros. Y fue entonces cuando Joaquín, sin decir nada a Merche –que en ese momento era muy firme con el asunto- le había pasado a Fernando la visa que tenían para emergencias y vacaciones. Ha sacado hasta el máximo, a ver ahora como lo pagan. Hasta los 20 euros mensuales de la pista del fútbol de los sábados ha tenido que pagarle, y las cañas que no deja de tomarse después. Y todo esto Merche ni lo sabe aún.

Y ahora esto.

Joaquín resopla un par de veces, levanta despacio la cabeza y mira al cielo, que hoy está extrañamente azul. Se levanta de golpe como si tuviera muelles por piernas y se lanza a caminar rápido y decidido, “bueno, lo primero un café, aunque sea sólo un café, que hay que ahorrar”.

Mientras se acerca al único bar que queda en la zona -¿cómo se llamaba?- trata de acordarse de la última vez que estuvo allí. Un bar, por describirlo de alguna forma..., horrible, en realidad un salón recreativo –“una túmba para ludópatas” piensa Joaquín- con una barra larguísima siempre semivacía. No recuerda si el café era bueno, era imposible saborearlo en semejante ambiente. Da igual, un café, sólo un café.

Lo esperado, un inmenso salón lleno de máquinas y la barra vacía. Joaquín se sienta en un taburete y se gira a mirar alrededor mientras espera a un camarero de momento inexistente. Una chica con el pelo de tres colores, y que lleva una enorme riñonera llena de cremalleras mastica chicle como si estuviera comiendo un bocadillo de mortadela, a la vez que da cambio de vez en cuando y con desgana a los dos o tres jugadores que hay en la desértica sala. Joaquín observa a la chica sin percibir que lo hace, como si mirara detrás de ella, hasta que nota que ella está molesta y que le devuelve unos ojos inyectados en desprecio, sin ningún motivo, porque si. Joaquín se gira despacio y baja la mirada.

Joaquín está a punto de salir corriendo o de dejarse caer al suelo.

Acaba de darse cuenta de que así le miró Merche ayer. Joaquín toma conciencia de ello de pronto, brutalmente. No era que le reprochara que no fuera aún más fuerte, que ahora tiene que aguantar que su hermano y sobre todo su cuñada le suelten puyas sobre lo de la hipoteca, y que lo de la tarjeta les va a dejar sin vacaciones, que para eso podían haber rehipotecado y ya está, que ya irían tirando, que ella podía hacer horas extras, pero que claro, él no lo había visto venir y la había engañado con lo de la tarjeta. No era eso, era esa mirada. Era aquella mirada la que hoy le derrumba. Joaquín puede con todo, incluso con lo de la zona a medias, a eso podía sobreponerse, fácilmente incluso, pero esa mirada…

"Y ahora esto".

Eso era "esto", no lo que él creía hasta hace un momento, eso era "esto", esa mirada de Merche.

Joaquín permanece inmóvil, pero sabe lo que va a hacer a continuación, es lo único que sabe, va a bajar del tubuerete, va a ir al baño, a estar sólo, necesita sacar ese nudo en la garganta que le ha subido desde el estómago, necesita sentarse en la tapa un vater, mirar fijamente al suelo y…

- ¡¿Un cafelito?!.

Joaquín levanta la cabeza y se encuentra con un señor mayor muy bajito, bastante chepudo, con el pelo gris muy revuelto, como si acabara de levantarse. Cuando afina la mirada descubre unos ojos pequeños de mirada traviesa tras unas enormes gafas de culo de vaso, y un poco más abajo una sonrisa de oreja a oreja que muestra una dentadura descompuesta y desordenada.

- ¿Hace mucho que no le veo por aquí? ¿cómo le va todo? ¿qué le pongo?.

Un silencio, un cruce de miradas. Joaquín se recompone.

- Un cortado por favor, con la leche fría.

Joaquín está algo desconcertado, “¿Hace mucho que no le veo?, pero si apenas he venido dos o tres veces, y de eso hace un siglo”. Joaquín observa absorto la espalda del camarero y sus mecánicos movimientos mientras prepara el café.

- Bueno, voy tirando, la cosa está jodida… – responde por fín Joaquín con una familiaridad que a él mismo sorprende, pero no se arrepiente, “bueno, a ver que pasa”, piensa.

Y pasa que el camarero le cuenta que si, que la cosa está mal y que les ha bajado mucho la clientela, pero que mientras tengan para pan y lentejas..., que todo pasará y que ya se irá viendo. Y Joaquín y Felipe – que así se llama el camarero- conversan un buen rato, y Joaquín le cuenta sin muchos detalles sus cosas, sobre todo sus desánimos profesionales y hasta se sorprende de nuevo a si mismo comentando lo del sobrino del jefe, que es lo que más le cabrea de todo. Pero son sobre todo esos ojillos pequeños que apenas se vislumbran, que rebosan de vida sin parar de sonreír, los que arrastran a Joaquín a una amena conversación a espaldas de la chica del chicle, que, como siempre, mira aburrida pero secretamente envidiosa.

- ¿Quiere un pinchito de tortilla?, la de cebolla a mi mujer le sale estupenda, bueno, casi siempre, depende de con que pierna se levante ese día.

Joaquín Heras se paraliza estupefacto por un momento, e inmediatamente después gira levemente la cabeza mirando fijamente al escaparate, hacia fuera. Y sonríe. Y apenas cinco segundos después cae en la cuenta que no lo hacía en mucho tiempo, reflexiona un momento más, y sonríe de nuevo.

- ¡Venga ese pincho Felipe!.

11 de febrero de 2009

Irritante SGAE

Cualquiera que lea el título de esta entrada, y nada más, se quedará con la impresión de que me posiciono claramente en contra de dicha asociación. Pero la realidad es que a priori no tengo una opinión claramente formada respecto a la actual polémica sobre el pirateo, las descargas, etc. Lo cierto es que ni siquiera tengo instalado un software de descarga de música o películas y sólo alguna esporádica vez, no me importa reconocerlo, he comprado alguna película pirata, cosa que he pagado con un sonido y una imagen horrible, y en un caso incluso con que de pronto la película se cortara a diez minutos del final, así que no tuve más que interpretarlo como una especie de castigo divino, y como encima era buena, irme directo a comprar la original al día siguiente. Eso por listo, pensé.

Lo que si hago, como buen cinéfilo a la antigua que soy (lo de antiguo tanto por el tipo de cine como porque me gusta tener el disco y la cajita físicamente), y cuando mi economía me lo permite, es comprar tres o cuatro películas originales y verlas en plan maratón una detrás de otra, con todo el alegre ritual que acompaña al acontecimiento, y entonces el pequeño mundo de mis cuatro paredes se dispone a ser perfecto hasta que…

…llega la SGAE (y el Ministerio de Cultura).

Y te ponen un anuncio nada más arrancar el dvd: “contra la piratería, defiende tu cultura”, que te tienes que tragar (con patatas, que diría aquel) enterito porque la teclita de avance rápido ha decidido dejar de funcionar. No creo que cuando las cintas se veían en VHS, o Beta, o sistema 2.000 (o cinexin super 8) fuera técnicamente posible bloquear la teclita de marras así que…, vaya vaya, parece que la tecnología no sólo la utilizan los malvados para piratear…

Donde quiero llegar es a que, vamos a ver, yo he pagado por esa película (y bien pagada) para verla de forma privada en mi casa, y el mensaje implícito que recibo es “se fastidia usted y se traga este rollo, porque hay muchos malos malosos y seguramente que usted es uno de ellos”. ¿Se imaginan que hicieran lo mismo con la música? ¿una cuña de un señor con voz de Bruce Willis diciendo “contra la piratería defiende tu cultura, etc, etc” que te tienes que tragar antes de oír, por ejemplo, el cd de música romántica que sueles usar cuando te dispones a hacer lo que sea que hagas cuando te pones romántico?

Y vuelvo al principio, cuando uno se quiere formar una opinión de algo escucha a las dos partes, pero no sólo lo que dicen, sino también “cómo” lo dicen. Y que quieren que les diga, por cosas como esta y otras más que oigo de estos señores no me gusta nada su estilo, su “cómo” me incita a no escuchar “qué” dicen. A los que no estamos tan implicados en el asunto y además normalmente tratamos de ver las cosas con cierto equilibrio, al final con estas cosas y este estilo se nos acaba yendo nuestro instinto a la ponderación y a la reflexión y todas esas moderadas inclinaciones a Groenlandia o más allá.

Porque como a el resto de los seres humanos (incluidos los votantes), a todos toditos, si hay algo que nos irrita, y mucho, es sentir que se nos trata como si fuéramos tontos, o niños. Ya elegiremos nosotros por nuestra cuenta cuando y como hacernos los tontos y/o sentirnos como niños.

Señores de la SGAE y el Ministerio de Cultura (raro Ministerio por cierto, como decía el maestro Manuel Alcántara: ¿no es acaso cultura un botijo?) del partido que sea, por favor, amenacen y coaccionen menos y sean más didácticos y hagan el favor de tratarnos como lo que somos, seres inteligentes y libres. Ya que de lo contrario sospecho que de todas formas, y a la larga, no van a poder poner puertas al campo, y aunque a pesar de ello ustedes tendrán sus dineritos a través de las leyes, la única imagen que habrá quedado dañada, y por mucho tiempo, será la de ustedes.

Les propongo un anuncio (si no es posible eliminarlos) adaptado a los susodichos dvd’s que comience con algo así como:

“ Es usted libre de adelantar este anuncio o no, igual que es usted libre de consumir música y cine de una forma u otra, pero…¿no cree que merece una reflexión lo que le vamos a decir a continuación…? ”

Y la teclita que funcione claro.

Y les aseguro, que todos, aunque sea por curiosidad, miraríamos al menos una vez el anuncio, de esta otra forma lo veremos cien pero no lo miraremos ni una sola vez. Porque los que no pirateamos ni tenemos intención de hacerlo, acabaremos por simpatizar con lo contrario de lo que dicen, como ya ven que empiezo a hacer yo mismo. Y si piensan que en tal caso no importa lo que opinemos y solamente lo que hacemos (como parece por su discurso) creo que se están equivocando.

Pero que bueno, tampoco dramaticemos…, ¿cómo era?, ah si, “errare humanum est”, nada nada, ustedes sigan, erre que "errare".

9 de febrero de 2009

Tendencias

A principios de un verano de hace unos tres o cuatro años pasé por unos conocidos grandes almacenes (quizá no les cuesta mucho imaginar el nombre, como decían mis admirados Faemino y Cansado “era una caja que está en Madrid, pero no decimos cuál para no hacer publicidad”), a comprar un regalo de cumpleaños para un amigo y en la planta de caballeros ví unas camisas bastante originales que además no eran excesivamente caras, sobre todo por que la marca me sonaba mucho y hasta me caía simpática, quizá por que las asociaba a las tiras de Calvin y Hobbes y a unos anclajes muy eficaces llamados Klein. Tanto me gustaron que además de una para mi amigo me compré otra para mi.

Estuve usándola un tiempo – también mi amigo- y era tan cómoda que un día decidí ir a comprar otra, y al no encontrarlas en el mismo sitio pregunté a una dependienta, la cual no entendía muy bien a qué me refería hasta que cayó en la cuenta: “¡ah, los pijamas!”.

La verdad es que la situación me pareció de lo más cómica y pasado el ridículo inicial no pude hacer menos que reírme del asunto con dos o tres dependientes más. Y después comprarme otra, perdón, otro.

Por supuesto informé a mi amigo, al cual le hizo gracia el episodio pero al que no le volví a ver puesta la prenda. Yo por mi parte las/los usé bastante aquel verano (con un par…) y nunca nadie de mi entorno notó nada, o no tuvo valor para preguntar, aunque el diseño era tan peculiar que si no te lo decían no era fácil darse cuenta. Desde entonces cuando surge cuento la divertida anécdota, que por cierto me sirvió para enterarme que el susodicho diseñador sólo hace ropa interior, pijamas y similares. No deja uno de aprender.

Y si, ríanse, pero les cuento todo esto porque el otro día en la tele escuché a un experto en moda comentando que ahora están de moda las camisas y chaquetas en estilo pijama, o incluso los pijamas directamente (por lo que cobrarán una pasta supongo) pero "que él, que es un adelantado y supo de la moda antes que nadie, hace ya meses que no las lleva”.

Total, que mi amigo y yo hemos sido precursores mucho antes que este señor. Si es que el que sabe…, no sabe. Y me refiero a los tres, a mi, a mi amigo y a este señor experto.

5 de febrero de 2009

Un poco de... yo (y II)

Finalizo con este post (¿también se dice así no?) la aproximación a ‘de que va esto’, y a ‘este soy yo’ y así doy por finiquitado este engorroso asunto y en las siguientes entradas intentaré hablar de temas algo más concretos y menos egocéntricos, además de tratar de ser más breve.

De cómo miro
Utilizaré un ejemplo, que copio a un científico, sobre como los niños van generando a toda velocidad sus redes neuronales para tratar de explicar la forma en que me gusta mirar el mundo que me rodea.

Imaginen a un niño de unos dos años sentado en su ‘trona’ junto a la mesa de la cocina de su casa y comiéndose la papilla, mamá ha salido un momento de la estancia y papa está sentado a su lado.

De pronto papá comienza a elevarse suavemente hasta quedar flotando a medio metro del techo. El niño mira a papá y sonríe alegre y excitado a la vez que trata de llamar a mamá intentando expresar algo así como: “¡mira mamá, papá está flotando en el aire!”, su cara expresa sorpresa pero no inquietud y el hecho le regocija pero no le sorprende mucho, y ni mucho menos le asusta, pues en ese momento de su crecimiento su mente no para de aprender un montón de cosas nuevas todos los días, con lo que entiende que, aunque es la primera vez que presencia esto, su pequeño pero ya muy complejo cerebro asume que “también así es el mundo que me rodea y pasan estas cosas…”.

Así es como trato yo de mirar, o como me gusta hacerlo, sin estar cerrado a nada e intentando ver con los ojos de un niño, que, feliz en su inocencia, no deja de aprender.

Es evidente que he obviado la reacción del padre pues si esta fuera de pánico, por ejemplo, condicionaría la reacción de su hijo y sus conexiones neuronales mucho más que el resto del asunto, pero claro, también sabemos que los padres no suelen flotar en las cocinas habitualmente…

Esta forma de mirar el mundo, en la que no entro en más detalles para no extenderme (el resto pueden desarrollarlo ustedes al gusto) fue una constante en mi vida durante muchos, muchos años, hasta que percibí que implicaba una posición de espectador excesiva que condicionaba el innegable hecho de que yo soy uno de los actores de la vida, y de la mía en particular ni más ni menos que el protagonista, así que hube de racionarla y a ratos incluso marginarla en exceso. Hasta que, ahora caigo, es sobre todo esa mirada la que a través de este blog trato de recuperar de forma algo más ordenada, así como, claro está, de los pensamientos previos que a él le dedique.

Todo esto no implica ninguna auto obligación que yo me marque. Pues aunque creo que ya va quedando claro que el tono de este blog pretende ser desenfadado no quiero frenar a la fuerza a ninguno de esos otros ‘yoes’ que habitan en mi y a los que quizá les da cualquier día por ponerse más serios y hasta trascendentes (aunque, eso si, nunca sombríos, espero). Como cuando le da a uno por cambiar la ruta de vuelta a casa, solamente por variar.

Resumiendo la tesis. En esas épocas que mencionaba antes, a menudo comenzaba muchas frases con dos palabras muy concretas, pues bien, así es como, al menos en espíritu, comenzarán las entradas que seguirán a esta, con un “Es curioso…”.

De donde estoy / de como / y de cuando
A pesar de que confieso que no es lo que más me apetece ahora, creo que es inevitable y hasta una cortesía obligada a mis numerosos lectores (ejem…, en el peor de los casos cuatro o cinco de mis familiares y amigos que se dignaran a leer esto) dedicar una breve explicación a mis coordenadas espacio-temporales cuando emprendo este mini proyecto personal que espero que dure un tiempo y el que me he comprometido conmigo mismo a actualizar al menos una vez por semana.

¿Lo del alias ‘Granito’ por qué?, oh bueno, es bastante obvio. 1- Soy un granito de arena en este inmenso mar de ta ta ta y lo que suele seguir. 2- En las cosas que creo de verdad tras mis profundas reflexiones soy un poco cabezota y duro como el idem. Y 3-y sobre todo, dentro de mi hay un pequeñito señor al que gustaría ser aunque sea por un ratito como un pequeño Cary Gran(t)(-ito). Y es que, que tipo, no me lo vayan a negar, que guapo, que pose, que elegancia, que humor, que…, ….no, no soy gay, ¿y si lo fuera qué? ¿algún problema?.

Si, vale, el mundo está en crisis y todo eso, ¿y…?. Años atrás el mundo iba de maravilla (bueno, menos unos 4 mil millones que no tienen ni lavadora…) y a mi no me iba tan bien, o así lo sentía yo. Al fin y al cabo cuando uno lo piensa, al menos yo, la felicidad o infelicidad (el que no crea en esta que la traduzca por alegría o bienestar) depende realmente de unas pocas cosillas en su cercano y pequeño mundo, y donde uno la siente o no es dentro de uno mismo. Pues bien, no soy ningún inconsciente y pondré mi Cary-granito pero que quieren que les diga, ahora mismo declaro y hasta me jacto: el mundo estará en crisis, pero yo no.

Y acabo por fin. Creo que va quedando claro quizá no tanto quién soy, pero si al menos quién no soy.

No soy un blogero experto, no soy un escritor. No tengo una clara y formada opinión sobre todo, ni pretendo nada muy concreto haciendo esto y no estoy seguro de si mis abuelas, esten dónde estén, estarán leyendo esto. Pero hay algo que si sé, que lo que es ser…, ser algo, o sea, como decirlo, esto…, ser, pues… soy.

y…

…aquí estoy.

2 de febrero de 2009

Un poco de... yo (I)

Preámbulo: Arranco realmente con esta segunda entrada este blog en que la primera no era más que un ensayo para comprobar que de verdad funciona esto y que cualquier tontería que uno escriba puede quedar publicada y lista para ser leída por…¿usted mismo?. Aviso que esta entrada y la siguiente serán, supongo (que el inconsciente es muy poderoso y va a su aire y vaya usted a saber lo que dice por su cuenta…), una especie de declaración de intenciones y algo de información sobre mi mismo, y aunque en las siguientes intentaré que el “yo” quede diluido e implícito en cualquier cosa que escriba tampoco tendré reparos en que aparezca, que como dijo alguno (creo que Unamuno) “perdonen que hable de mi mismo pero es el ser humano que tengo más a mano” .

Al grano (dijo Granito): Hace ya siglos, cuando cursaba bachillerato, en un examen de latín en que no tenía ni idea me dio por hacerme el gracioso y escribí al final del mismo algo así como “murituri te salutant, ego te absolvo suspendus homine” (el que quiera que lo corrija, sigo sin saber nada de latín, y conste que no presumo de ello, más bien me avergüenzo) a lo que la muy ingeniosa profesora, que por cierto recuerdo como muy buena docente y mejor persona, me replicó con un enorme cero pelotero y un largo texto a traducir que empezaba y terminaba con dos palabras: “minus ludus”. Pues bien, esa parte de mi que eligió un contexto tremendamente incorrecto para salir es una de las que pretendo que aquí se vea liberada y a sus anchas, esa mi parte “ludus”, la de divertirse y relajarse sin temores, con el punto frívolo de reírse de uno mismo. Que yo soy de esos que piensa que uno debe tomarse muy en serio la vida pero no tanto a uno mismo y que cuando lo hacemos al revés es cuando deberíamos acordarnos de escenificar –y nunca mejor dicho- eso que propongo arriba a la izquierda. Y es que soy muy consciente de que pertenezco a esa clase privilegiada que está en una parte muy concreta de esta bola que se mueve dando vueltas sobre si misma, y que, al menos hoy por hoy, y hasta hoy, tengo solucionadas mis necesidades primarias, incluidas las emocionales, y que por más que a ratos me monte mi personal “drama” en realidad tengo poco de que quejarme. Y concreto más. Entre, por ejemplo, la ópera “Tosca” en la que al final de la misma todo parece que va a salir bien pero termina estúpidamente mal, y un vídeo de broma de cámara oculta cualquiera (verbigracia: Funny Bathroom Mirror Prank.flv - YouTube) en que todo parece precipitarse para la víctima hacia la catástrofe pero que finalmente acaba amablemente bien, creo que mi vida en realidad se parece mucho más al segundo caso, por mucho que a veces me empeñe, cada vez más brevemente, en lo contrario. Y esto es así bien porque es así o bien porque de esa forma lo quiero ver, aunque eso en realidad es lo de menos, lo importante es como lo siento yo al final (...de mis sesudos autoanalisis, podría añadir). Y a lo dicho en el párrafo anterior solo agregaría un par de cosas. Primero que eso de que las cosas terminen ya sabemos que es una forma de hablar, que hombre..., terminar terminar…, ya sabemos donde, en todo caso, termina todo realmente. Y segundo, que -y seguramente alguno estará de acuerdo conmigo- la verdad es que el final de Tosca es casi (o sin casi) tan cómico como el de muchos de esos vídeos, entre otras cosas porque es ficción… Y acabando ya, algunas de mis mini-conclusiones en esta mi vida, siempre provisionales y en permanente revisión, son que cuando uno bucea en el alma (o la psique, o como quieran llamarlo) de uno mismo o de cualquier otro va averiguando que las cosas realmente importantes son comunes a todos los seres humanos y suenan todas muy obvias. Una de ellas es que en realidad todos somos unos inseguros de tomo y lomo y que solemos hacer el tonto más a menudo de lo que creemos, casi siempre cuando menos creemos estar haciéndolo. Y que quieren que les diga…, a mi eso me hace mucha gracia.

1 de febrero de 2009

Empezando esto

Esta es la primera entrada de un blog que no tiene más objetivo que...


...???


...pues, mmm..., creo que no estoy del todo seguro, supongo que lo mismo que la mayoría de los blogs, unos cuántos motivos empezando por los de: estoy aquí / esto pienso / esto digo / esto suelto / si quereis opinad... / etc... / etc...


Por cierto, adoro los puntos suspensivos y abusar de ellos, ¿...se nota mucho?...


...


Y..., esto.... (dando golpecitos al micro) probando probando uno-dos uno-dos ¡¿me se oye..., me se oye?! ¿me se nota nervioso...?


Por la presente entrada queda inaugurado .... esto, este blog.


¡Hala, ya está!, en la siguiente iré al grano, y nunca mejor dicho...