La muchedumbre se agolpaba bajo aquel edificio, mirando sin saber que lo hacía a lo alto de la misma, donde un hombre asomaba fuera de un alfeizar la mitad de sus ya casi muertos pies, mientras sus brazos se aferraban aún dudosos a la embocadura de la ventana.
Había secreta tensión entre dos seres, aquel de lo alto y
otro que justo llegaba junto a la muchedumbre. Finalmente el de arriba reunió
valor y saltó.
Levantándose de la acera y sacudiéndose a la vez el polvo
de los pantalones el recién aterrizado respondió:
- No sé, yo acabo de llegar...
En realidad no es cierto, ni acababa de llegar ni salió ileso, al menos no del todo, no todos los saltos son mortales, aunque algunos puedan llegar a doler bastante, pero tampoco todos son pequeños. Y es que así está decidido para antes de que el asfalto queme o los pájaros canten y sueñen, que la vida a veces pueda ser un viejo chiste o mucho más que eso.