24 de febrero de 2009

Ryan Nobleza

Escogió ese nombre para su fantasía porque le sonaba bien, tenía ocho años y en su mente infantil era perfectamente Hollywoodiense y español a partes iguales, además de reflejar las virtudes que más admiraba. Fue aquel verano en que pasaba las tardes viendo películas en vhs con su tía. Siempre el mismo tipo de cine que ella adoraba, viejos films musicales de canciones y baile de los años cuarenta y cincuenta, no recordaba ningún título en especial pero si los actores y actrices que ella nombraba a todas horas; Fred Astaire, Judy Garland, Gene Kelly, Ginger Rogers. Él miraba alternativamente las películas y los ojos brillantes de su tía y se iba contagiando poco a poco de toda esa atmósfera de baile, de pasión y de alegría de vivir.

En otoño de ese mismo año fue cuando más vivió su fantasía, se imaginaba yendo por la calle camino del colegio cuando de pronto todos los viandantes, incluido él, bailaban al unísono una hermosa coreografía, una de esas largas en que un bailarín novato llega a la ciudad a cumplir sus sueños y va pasando por todas las etapas hasta que triunfa y encuentra el amor de su vida. Todos bailando en una vibrante comunión de emociones, diez personas, cuarenta personas, cien personas, todas en armonía, todas sintiendo lo mismo en la misma película.

Incluso se dedicó a bailar entre clase y clase, intentando tímidos pasos de claque y vueltas sobre si mismo con los brazos extendidos, mientras sus compañeros le miraban, extrañados unos, burlones otros. Ellos no sabían que él esperaba secretamente que todos arrancaran a bailar, que escucharan la misma música que oía en su cabeza. Durante unos meses fue Ryan Nobleza sin importarle lo que nadie pensara, giraba agarrado a las farolas, subía y bajaba peldaños de escaleras rítmicamente. Ryan Nobleza, el bailarín que bailaba entre bailarines, el que bailaba y hacía bailar.

Hasta que poco a poco la vida normal de un chico normal se impuso y se dedicó más a jugar al fútbol y a todas las actividades de un chico de su edad. Para final de curso Ryan Nobleza había desaparecido y sólo lo recordaba muy esporádicamente. Pasaron los años y creció viviendo y saboreando cada momento pero olvidándose de su baile entre bailarines. Se dedicó a estudiar y después casi sin darse cuenta fue aprendiendo un oficio con el que disfrutaba mucho, aunque no tenía mucho que ver con el baile ni con aquellas películas de su tía. Ryan Nobleza quedó en el fondo de su memoria, olvidado.

Fue un día de mayo de 2.005 cuando cayó de pronto desplomado al suelo como si le hubieran abandonado las fuerzas, completamente bañado en sudor. Una hora y media después lloraba sentado en un banco de madera. Ryan Nobleza recordó a Ryan Nobleza con toda claridad, ahora comprendía todo, “todos bailando la misma coreografía, todos sintiendo las mismas emociones, todos en armonía, todos vibrando, diez personas, cuarenta personas, cientos de miles de personas…”

Y allí sentado pensó que ya no le importaba como se llamaba, ni siquiera importaba tanto lo que acababa de ocurrir, pues ya era pasado, lo que quería era repetirlo todas las veces que fuera posible, sentirlo de nuevo, sentir que estaba vivo y que él no era más que un bailarín más entre miles de bailarines, que él fuera o no el primer bailarín era lo de menos, que estuviera en París y acabara de ganar la final masculina de Roland Garros también. Lo importante era que Ryan Nobleza había vuelto, y para quedarse.

15 comentarios:

Antonio Aguilar dijo...

Bienvenido Ryan Nobleza. De alguna manera todos llevamos esa escarcha de sueño sobre la piel. Ahora estoy bailando a tu ritmo, a su sombra, a tu compás.

Dyhego dijo...

Ryan Nobleza no debería haber dejado de bailar nunca. La gente que tiene alguna cualidad "tiene la obligación" de de hacerla pública para disfrute de los demás ¿no?
A mi padre le encantaban las coreografías de cientos de personas bailando a la vez. Yo no puedo soportar eso, pero sí que me gusta ver bailar a la gente, aunque sean de dos en dos.
Saludos

Granito dijo...

Antonio, con tu "escarcha de sueño sobre la piel" y el resto de tu comentario creo que acabas de inaugurar la poesía en este blog, se habrá escapado del tuyo, que anda esplendido últimamente.

Granito dijo...

Bienvenido Dyhego, me pasaré más tranquilamente por tu casa, apenas la he ojeado pero a simple vista parece muy alegre y eso se agradece.
Lo de "obligación" suena un poco raro pero supongo que lo que dices es verdad, sin olvidar que para que los demás disfruten primero ha de hacerlo uno mismo.
Y me alegro de las aficiones de tu padre, y de las tuyas también, que nos sigan haciendolo pasar bien a todos, cada segundo. Un saludo.

una pez payaso dijo...

Antes de ser pez, también veía con mi padre esas películas. Los dos soñábamos juntos con ser bailarines. Ese sueño aún forma parte de mi universo particular. Y me encanta saber que es un sueño compartido con otros muchos.
Glup!

Granito dijo...

Pececillo, un buen baile es como bucear en aguas transparentes rodeado de coral. No dejemos nunca de bucear, ni de soñar con ser peces.

una pez payaso dijo...

Nunca! nunca! yupi!

glup!

Aliba dijo...

Vamos granito, sé que este video te gustará

http://www.wherethehellismatt.com/?fbid=rsSPhKYv0Pt

Abrazote...

Antonio Aguilar dijo...

Poesía es usted.

Granito dijo...

Gracias Aliba, me has alegrado el día. Bailar, bailemos por este y todos los mundos posibles.

Abrazotes mil..., ....ita. ;-)

Granito dijo...

Antonio, me has (tuteemonos por favor) dejado sin palabras. Ahora mismo me siento como, como describirlo...,

¿una rosa?.

Es -no me importa decirlo- lo más hermoso que me han dicho nunca, especialmente viniendo de un poeta como tú.

Gracias, gracias y...

¡Gracias!.

Anónimo dijo...

Al leer esta entrada he recordado de golpe a aquel chico de 14 años que, entre clase y clase, bailaba claqué ante mis ojos atónitos. El mismo chico que, unos minutos antes, había abierto de par en par todas las ventanas de la clase que daban al parque del Oeste, dejando a la vista aquellos viejos árboles larguiruchos que hacían equilibrios para mantenerse en pie sobre las cuestas. El humo del tabaco huía despavorido por las ventanas de aquella muchedumbre imberbe que gritaba y volvía a fumar. Solitario y ajeno a todos ellos, el chico de 14 años comenzaba entonces a bailar claqué.

Granito dijo...

QUERIDO Anónimo/a, es muy MUY posible que ese chico haya pasado toda su vida volviendo a “intentar” bailar claqué con sus pies y su corazón, haciendo muchos equilibrios, como esos árboles que ahí siguen, silenciosos testigos, en sus ya amadas cuestas, consiguiéndolo muy a menudo, aunque otras no tanto.

Pues también están esos otros momentos en que se habrá refugiado y aún se recluye en su solitaria cueva mental, cómo la virgen de Covadonga.

Como justo ahora, cuando mientras , quizá, echa humo sin abrir ninguna ventana -a veces hace tanto frio fuera- a la vez que lee emocionado una respuesta en un viejo y en desuso blog y sale de inmediato de la semi oscuridad a… ¡bailar!, aunque sea un ratito…, pero un ratito… ¡¡TAN hermoso…!!!.

Anónimo dijo...

Éramos tan niños que soñábamos despiertos y ni el aire frío que entraba por las ventanas lograba despertarnos. El chico de 14 años volaba con su imaginación sobre los pasos de claqué. La muchedumbre humeante se creía en el descanso de un concierto de rock, y la niña observadora que era yo se recreaba en la escena creyendo por un momento que estaba dentro de una serie de televisión. Me alegro de saber que ese alma de niño perdura y se atreve a salir a soñar algunas noches, por más que la vida nos haya ido atrapando y nos haya hecho perder el pie muchas veces.

Granito dijo...

Efectivamente QUERIDA Anónima, el alma de niños perdura en ambos y debemos regodearnos más y más en ello, incluso POR ello, y hasta tratar de quitar importancia -reírnos incluso- cuando perdamos pie, a veces sin querer, a veces no queriendo. Cuando quieras bailamos un rato antes o después de tomar un café o una caña, que para eso si estamos ya mayores...