14 de febrero de 2009

Un café, sólo un café

Joaquín Heras está de mal humor, son las diez de la mañana de un jueves y sale de la oficina donde su jefe acaba de dejarle a la mitad su zona de ventas, “es la crisis, tenemos que repartirnos”, “si, repartir con tu sobrino, no te jode, un niñato que lleva en esto seis meses y ya se cree que sabe más que nadie”, piensa Joaquín.
Joaquín es representante de cosméticos y trabaja en la empresa hace dieciséis años y medio, desde hace unos meses las ventas han bajado mucho, y sus comisiones también.

Y ahora esto.

Joaquín deambula por la acera ensimismado hasta que decide que necesita un café, un café y un pincho de tortilla con cebolla, “a nadie le sale como a Merche pero bueno”.
Se acerca al bar de Ruben y tras girar la esquina casi choca con el cierre. Joaquín está desconcertado, “pero… pero… ¡que hace esto cerrado!”. Hacía mucho que no iba al bar de Rubén, últimamente salía siempre disparado a su zona, a ver que arañaba.

Joaquín apoya la espalda en el cierre -y se colorea la chaqueta de verde chillón con los restos de pintura que un grafitero novato dejó hace media hora, pero eso él aún no lo sabe- mira al suelo, y va dejándose caer hasta quedar en cuclillas.

Y ayer bronca con Merche otra vez porque se enteró de lo de la tarjeta, hace mas dos meses que ni se tocan, y eso que Joaquín lo ha intentado todo, pero desde que su cuñado Fernando cerró la cristalería Merche no es la misma, no habla de otra cosa y a todo le saca punta, especialmente desde que Joaquín se negó a rehipotecar la casa para pagar las deudas de Fernando. Y eso que al principio ella estaba de acuerdo “es verdad, mi hermano sabía dónde se metía cuando se gastó todo lo del paro en las furgonetas”. “El tio tenía que comprar dos de golpe, y de las caras, y coger a tres tíos a la vez, pero si casi no tenía clientes aún”, pensaba Joaquín. Y eso que para compensar le dieron todos sus ahorros. Y fue entonces cuando Joaquín, sin decir nada a Merche –que en ese momento era muy firme con el asunto- le había pasado a Fernando la visa que tenían para emergencias y vacaciones. Ha sacado hasta el máximo, a ver ahora como lo pagan. Hasta los 20 euros mensuales de la pista del fútbol de los sábados ha tenido que pagarle, y las cañas que no deja de tomarse después. Y todo esto Merche ni lo sabe aún.

Y ahora esto.

Joaquín resopla un par de veces, levanta despacio la cabeza y mira al cielo, que hoy está extrañamente azul. Se levanta de golpe como si tuviera muelles por piernas y se lanza a caminar rápido y decidido, “bueno, lo primero un café, aunque sea sólo un café, que hay que ahorrar”.

Mientras se acerca al único bar que queda en la zona -¿cómo se llamaba?- trata de acordarse de la última vez que estuvo allí. Un bar, por describirlo de alguna forma..., horrible, en realidad un salón recreativo –“una túmba para ludópatas” piensa Joaquín- con una barra larguísima siempre semivacía. No recuerda si el café era bueno, era imposible saborearlo en semejante ambiente. Da igual, un café, sólo un café.

Lo esperado, un inmenso salón lleno de máquinas y la barra vacía. Joaquín se sienta en un taburete y se gira a mirar alrededor mientras espera a un camarero de momento inexistente. Una chica con el pelo de tres colores, y que lleva una enorme riñonera llena de cremalleras mastica chicle como si estuviera comiendo un bocadillo de mortadela, a la vez que da cambio de vez en cuando y con desgana a los dos o tres jugadores que hay en la desértica sala. Joaquín observa a la chica sin percibir que lo hace, como si mirara detrás de ella, hasta que nota que ella está molesta y que le devuelve unos ojos inyectados en desprecio, sin ningún motivo, porque si. Joaquín se gira despacio y baja la mirada.

Joaquín está a punto de salir corriendo o de dejarse caer al suelo.

Acaba de darse cuenta de que así le miró Merche ayer. Joaquín toma conciencia de ello de pronto, brutalmente. No era que le reprochara que no fuera aún más fuerte, que ahora tiene que aguantar que su hermano y sobre todo su cuñada le suelten puyas sobre lo de la hipoteca, y que lo de la tarjeta les va a dejar sin vacaciones, que para eso podían haber rehipotecado y ya está, que ya irían tirando, que ella podía hacer horas extras, pero que claro, él no lo había visto venir y la había engañado con lo de la tarjeta. No era eso, era esa mirada. Era aquella mirada la que hoy le derrumba. Joaquín puede con todo, incluso con lo de la zona a medias, a eso podía sobreponerse, fácilmente incluso, pero esa mirada…

"Y ahora esto".

Eso era "esto", no lo que él creía hasta hace un momento, eso era "esto", esa mirada de Merche.

Joaquín permanece inmóvil, pero sabe lo que va a hacer a continuación, es lo único que sabe, va a bajar del tubuerete, va a ir al baño, a estar sólo, necesita sacar ese nudo en la garganta que le ha subido desde el estómago, necesita sentarse en la tapa un vater, mirar fijamente al suelo y…

- ¡¿Un cafelito?!.

Joaquín levanta la cabeza y se encuentra con un señor mayor muy bajito, bastante chepudo, con el pelo gris muy revuelto, como si acabara de levantarse. Cuando afina la mirada descubre unos ojos pequeños de mirada traviesa tras unas enormes gafas de culo de vaso, y un poco más abajo una sonrisa de oreja a oreja que muestra una dentadura descompuesta y desordenada.

- ¿Hace mucho que no le veo por aquí? ¿cómo le va todo? ¿qué le pongo?.

Un silencio, un cruce de miradas. Joaquín se recompone.

- Un cortado por favor, con la leche fría.

Joaquín está algo desconcertado, “¿Hace mucho que no le veo?, pero si apenas he venido dos o tres veces, y de eso hace un siglo”. Joaquín observa absorto la espalda del camarero y sus mecánicos movimientos mientras prepara el café.

- Bueno, voy tirando, la cosa está jodida… – responde por fín Joaquín con una familiaridad que a él mismo sorprende, pero no se arrepiente, “bueno, a ver que pasa”, piensa.

Y pasa que el camarero le cuenta que si, que la cosa está mal y que les ha bajado mucho la clientela, pero que mientras tengan para pan y lentejas..., que todo pasará y que ya se irá viendo. Y Joaquín y Felipe – que así se llama el camarero- conversan un buen rato, y Joaquín le cuenta sin muchos detalles sus cosas, sobre todo sus desánimos profesionales y hasta se sorprende de nuevo a si mismo comentando lo del sobrino del jefe, que es lo que más le cabrea de todo. Pero son sobre todo esos ojillos pequeños que apenas se vislumbran, que rebosan de vida sin parar de sonreír, los que arrastran a Joaquín a una amena conversación a espaldas de la chica del chicle, que, como siempre, mira aburrida pero secretamente envidiosa.

- ¿Quiere un pinchito de tortilla?, la de cebolla a mi mujer le sale estupenda, bueno, casi siempre, depende de con que pierna se levante ese día.

Joaquín Heras se paraliza estupefacto por un momento, e inmediatamente después gira levemente la cabeza mirando fijamente al escaparate, hacia fuera. Y sonríe. Y apenas cinco segundos después cae en la cuenta que no lo hacía en mucho tiempo, reflexiona un momento más, y sonríe de nuevo.

- ¡Venga ese pincho Felipe!.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola.
Dos cosas.
Una. Me gusta tu forma cinematográfica de contar historias.
Dos. Cuando ví la foto del ficus, pues es un ficus, pensé por un segundo que me sonaban esas raíces de pulpo. Al decir que hiciste la foto en Murcia, ya no me queda duda. Es el ficus del jardín de Floridablanca, en el barrio de El Carmen de la ciudad de Murcia. Tiene lo menos doscientos años. La foto es muy bonita. La única pega es que no se lee bien el nombre de tu blog. ¿Has probado a modificarlo pulsando en la herramienta de colores que proporciona el blog cuando le das al apartado de editar?
Un saludo, don Granito.
DMG

Anónimo dijo...

Pdías titularlo "Del café en los tiempos de crisis"... Interesante, amigo. Seguimos leyéndonos. Un abrazo.

una pez payaso dijo...

Hola! He llegado aquí, desde EEl Salón de los Pasos Perdidos", el Blog de Antonio Aguilar. Iba a preguntarte sobre el árbol de la foto, porque he creído reconocerlo al instante ¡¡¿De verdad es el de Floridablanca?!!. Lo que ocurre es que al dar a comentarios, ya alguien ha respondido a mi pregunta. No obstante no quería quedarme con las ganas de decírtelo. Y, como yo también soy nueva en esto de gestionar un blog, entiendo alguna de las cosas que dices. Con tu permiso, voy a terminar de leer la historia de ese café.

Glup!

Anónimo dijo...

Ay qué malas, o qué buenas si las percibes, son a veces las miradas... "magustao" ;)

Granito dijo...

Señor, o señora anónima, vaya otro guíño para usted..., "m'legro que l'haya gustao".

Granito dijo...

Pues si Octavio, más que interesante está también tu última entrada, aunque ya te lo he dicho en tu blog te lo repito aquí, señor, si señor.

Granito dijo...

Hola pececillo, pues si, efectivamente ese es el árbol y según confirma DMG es un Ficus , es la segunda vez que he estado en Murcia, la primera fué en la mili, hace muchisimo, pero en ambas me fuí con un muy buen sabor de boca.

He estado paseando por tu blog y me ha gustado, acudiré regularmente y un día igual pido una habitación en ese atractivo hotel.

Un saludo compañero pez novato de un granito novatito.

Granito dijo...

Gracias por lo que dices DMG, el estilo no es casual, supongo, si a algo soy aficionado es al cine.

Respecto a lo del arbol con toda certeza es lo que dices, efectivamente es el parque de Floridablanca (al mencionarlo tú me he acordado), que me gustó mucho, de hecho me quedé un rato leyendo y disfrutando de los juegos de los niños hasta que me dió por hacer la foto.

He modificado el nombre del blog como habrás visto, pero no me acaba de convencer, otro día le dedicaré un rato, de momento no lo considero prioritario.
Un saludote Don DMG.

Olga Bernad dijo...

Hola, Granito. Desde que me visitaste, tenía pendiente pasar a conocer tu blog. Y la entrada me ha gustado. Cuando todo va mal y la autoestima es una prima muy lejana, hay miradas que matan y miradas que salvan del suicidio... o por lo menos de la tristeza. Mejor hablando con Felipe que sentado en el baño. Las cosas no cambian por eso, pero se llevan mucho mejor.
Vendré a leerte. (Pensándolo bien es una especie de "Venga ese pincho, Granito";-)
Saludos.

Granito dijo...

Hola Olga B., gracias por lo que dices, efectivamente las miradas provocan y/o salvan del llanto, por ejemplo. Y hay llantos y llantos, llantos amargos y llantos liberadores. En tu blog hay de todo y siempre dicho de formas muy hermosas y por ahí seguiré asomándome, ¡venga ese pincho también Olga!.

Anónimo dijo...

Don Granito:Ya he visto que ha modificado usted el nombre. Era simplemente una sugerencia pero ya sabe usted: uno recibe consejos y luego uno hace lo que le da la real gana. ¡Faltaría más!A mí me dan pudor las miradas por lo que me fijo más en los gestos. Si a ti una mirada te apaña el día, a mí me lo arregla un gesto amable (que alguien te ceda el paso en la cola del cajero del supermercado cuando sólo llevas una barra de pan y el que va delante lleva un carro con 158 productos...).Seguiré atento a la pantalla.Ah, debe usted venir más a menudo a Murcia.D.M.G.

Andrés Portillo dijo...

Que bien sienta un cafe en tiempos de crisis, claro, que de la tortilla con ceolla ni hablamos...

Granito dijo...

Los gestos son muy importantes DMG, "con un gesto basta" es una de mis frases. Y en los supermercados y por la calle el civismo debería ser casi obligatorio y la amabilidad opcional pero contagiosa. Y si, trataré de ir a Murcia más a menudo, quedé impresionado por su belleza. Gracias de nuevo por tus recomendaciones.

Si Andrés, el café siempre, y la tortilla con su momento para saborearla mejor aún.

una pez payaso dijo...

Gracias, granito

glup!

Anónimo dijo...

El café, cuando toca… imprescindible… buena narración

Spanish.tsutsui@gmail.com dijo...

Si, eso es, “el café” se hace siempre imprescindible “cuando toca”, ¡gracias!